Señoras y señores de la sociedad española: las
palabras no sabrían transmitir lo que siento en este momento en el
que ¡me han obligado a la fuerza a volver al lugar desde donde he
venido! No me ha dado tiempo a decirles lo que me ha empujado a
emprender este largo y penoso viaje durante el cual han muerto muchos
de mis compañeros de infortunio. Pensaba contárselo en persona, una
persona que muestra sobre sí los rastros de los malos tratos y de los
sufrimientos de un pueblo oprimido y explotado. Pero este muro que ha
sido levantado entre ustedes y yo hace imposible cualquier encuentro
verdaderamente humano entre nosotros y nos obliga a mirarnos desde
lejos como el perro y el gato, aunque todos somos ciudadanos del mismo
mundo. Dado que no podemos ya hablarnos, permítanme mirarles a los
ojos, a través de este muro de separación en forma de alambrada, que
ahora separa África de Europa y simboliza la falsedad de la relación
que han creado nuestros gobernantes entre el norte y el sur. Este muro
de separación, esta alambrada, refleja esa falsa relación en la que
las materias primas que vienen del sur y los productos acabados del
norte, entre ellos las armas, pueden circular, pero no los hombres. Ha
sido totalmente imposible encontrarnos como verdaderos hermanos y
hermanas.
Por ello, lean en mis ojos, señoras y señores, el
sufrimiento y el dolor que llega de nuestras tierras, en las que las
multinaciones siembran la muerte y el desarraigo y quieren crear un
campo de ruinas en el que sólo haya materias primas, bosques y
animales salvajes, para el placer de los turistas. Es el único medio
que me queda para que sepan todo lo que sufrimos en África y las
causas que producen dichos sufrimientos. Ya sé que los medios de
comunicación quizás no se harán eco de mi voz, ni los políticos
hablarán en sus reuniones sobre los derechos humanos, porque, en el
fondo, mi vida como la de todos los pobres del mundo no cuenta para
ellos. ¡Nos sacrifican sin escrúpulos ni vergüenza!
Efectivamente, señoras y señores de la sociedad
española, yo soy africano. Vengo de un país empobrecido; un país
que ha sido saqueado por las multinacionales occidentales desde hace
varios siglos y que ha sufrido guerras atroces, a menudo presentadas
como guerras civiles, pero que en el fondo son guerras económicas
montadas con el único objetivo de saquear nuestros países y
enriquecerse al igual que los dirigentes africanos, desgraciadamente
al precio de la muerte de millones de mis hermanos y hermanas. ¿De
verdad no podemos construir otro mundo en el que cada persona pueda
vivir en paz? ¿Comprenden ustedes?: somos víctimas de un
empobrecimiento continuo, organizado desde occidente y ejecutado a
menudo por medio de nuestros propios dirigentes al servicio de las
multinacionales. Son estas guerras de las que yo huyo y de la miseria
que han engendrado en mi país. Quiero sobrevivir y ayudar a vivir a
mi familia, que se ha quedado en África. No quiero morir como una
rata atrapada en un incendio. Por eso, como superviviente, vengo a
denunciar ante ustedes esta situación inhumana y a pedirles que nos
ayuden a construir un mundo justo y humano. Lo que deberíamos comer,
lo que debería ayudarnos a desarrollar nuestros países, va a
Occidente, bien para pagar las deudas que no hemos contraído nunca,
bien para comprar armas que nos matan y nos amputan los miembros,
haciéndonos así incapaces de contribuir a nuestra propia
subsistencia.
Por eso, nos encontramos en una situación tal que
no podemos ni cultivar nuestros campos, ni dormir tranquilamente, ni
pensar en el futuro de nuestros hijos y de nuestros hermanos. Todo lo
que producen nuestros países sirve a los intereses de las
multinacionales, apoyadas por los gobiernos europeos y americanos y
por nuestros propios gobiernos; mientras que nosotros nos morimos de
hambre. En nuestros países, la muerte se ha convertido en un hecho
banal; se ve morir de hambre a los niños día tras día; pequeñas
enfermedades que podrían curarse fácilmente con un poco de dinero,
son causa de numerosas muertes… ¡ése es nuestro día a día! Como
pueden imaginarse, es muy doloroso ver morir de hambre a un niño
entre tus brazos, como me ha ocurrido a veces; o haber visto morir a
mi padre de una malaria sin importancia que se curaría con pocos
medios en cualquier centro de salud. Verdaderamente, ustedes ven
hechos parecidos en la televisión; nosotros, por desgracia, nos
codeamos con estos horrores todos los días, e incluso entre estas
víctimas se encuentran nuestros propios familiares. ¿Creen que se
puede soportar una vida así?
Por la noche, mientras esperamos el momento
oportuno para poder franquear este muro de separación, nos decimos
adiós los unos a los unos, porque, en el fondo, ninguno de nosotros
sabe qué tipo de cartucho utilizarán los militares que vigilan la
alambrada o si uno de nosotros recibirá un tiro o en qué parte del
cuerpo. Tampoco sabemos cómo caeremos desde lo alto de una alambrada
de seis metros… Y yo me pregunto: ¿será hoy mi último día? Y
durante este tiempo, pienso en los compañeros que ya han muerto en
este intento y ¡siento desfallecer mi corazón! Pienso en mi familia,
en mis amigos que siguen en África, ¡en mi futuro! ¿Qué futuro? No
tengo ninguno... Me siento perdido; me siento inútil, inexistente,
como si no tuviésemos ningún valor a los ojos de este mundo; como si
no fuésemos más que bestias, sólo buenos para el holocausto y el
sacrificio. Pero ¡eso es injusto! ¡Tengo que saltar la alambrada!
¡Me doy cuenta de que no tengo elección! Mientras tanto, pienso en
mi país, pienso en todas las riquezas naturales que tenemos. ¿Qué
riquezas, me pregunto? ¡Todo lo que hay en nuestros países no nos
pertenece!
Todos los días asistimos impotentes a nuestro
expolio; quien osa abrir la boca recibe un tiro en la nuca. Por el
contrario, Occidente nos regala armas y las matanzas continúan en
nuestra tierra. ¿Por qué en lugar de ayudarnos a salir del agujero
en el que nos encontramos se nos hunde cada vez más? De hecho, la
miseria, en lugar de disminuir en nuestros países, aumenta día tras
día... Nuestros hijos se encuentran así condenados a vivir con los
traumas de la miseria y bajo la amenaza incesante de las guerras.
Aquellos que consiguen escapar de la guerra, ¡mueren de hambre!
¡Estamos condenados a la miseria en países en los que el oro, los
diamantes, el coltán, el cobre e incluso el petróleo fluyen a
raudales! Y ¡siempre para el bienestar de otros! El mundo es malvado
¿verdad? No se sorprendan si lloro mientras hablo; es horrible lo que
estamos viviendo. Por eso, con amargura intentaré escalar el muro
cuando el momento sea favorable. Vivir o morir, ya me da igual. Nadie
se preocupará de mi suerte... Díganme, señoras y señores de la
sociedad española, ¿qué mal hemos hecho para merecer esta suerte?
Y mientras pasa el tiempo, siento surgir en mí
otro sentimiento. No estamos maldecidos. ¡Este mundo puede cambiar,
me digo! Nosotros también somos hijas e hijos de Dios, a pesar de la
miseria y de las guerras. Por eso he decidido tentar a la suerte y
venir aquí a su país, para ver si puedo encontrar un trabajo ¡con
el fin de sobrevivir y ayudar a vivir a los huérfanos que mi padre me
ha dejado! No, no crean que ha sido fácil dejar a nuestras familias,
sin saber a dónde vamos, si llegaremos o si podremos regresar. No
crean que ha sido fácil para mí dejar a mi madre enferma, sin saber
si la volveré a ver con vida y sin saber qué ocurrirá a mis
hermanos y hermanas. Pero, ¿qué puedo hacer? No tengo elección. Me
hace falta imperativamente ganar lo necesario para comprar medicinas
para mi madre enferma, por miedo a verla morir como a mi padre; me
hace falta ganar dinero para poder escolarizar a mis hermanos
pequeños para ver si mañana quizás pueden salir del grupo de los
sacrificados. Quiero trabajar para poder comprar medicamentos para mi
hermano que padece el sida. Sólo pedimos eso. Saben ustedes, ¡es
penoso ver morir a tu familia ante tus ojos sin poder hacer nada!
¿Creen que es fácil vivir como yo?
He aquí por qué he corrido el riesgo de desafiar
todo tipo de dificultades de un largo y penoso viaje y, por suerte, he
podido sobrevivir y ahora me encuentro delante de este muro de
separación que me impide decirles cara a cara mi dolor. Pero me queda
la posibilidad de que al mirarme lean ustedes a través de mis ojos
todo lo que sufro. Les ruego que no piensen que es normal que vivamos
así, porque es sencillamente el resultado de una injusticia
establecida y sostenida por sistemas inhumanos que matan y empobrecen.
Por eso, vengo a pedirles que no apoyen este sistema con su silencio;
al contrario, que el sufrimiento que transpira mi piel les haga
comprender que es imposible ser un ser humano y callar frente a estas
atrocidades inhumanas.
Dios sabe que no soy ni un ladrón ni un bandido;
soy simplemente el grito de una víctima, que, como todo el mundo,
quiere vivir con el sudor de su frente. Estoy seguro de que si
conociesen mi historia y la de mis compañeros no me obligarían a
volver de donde vengo ni me abandonarían en un desierto sin ninguna
posibilidad de supervivencia. Repito, quiero vivir y ayudar a vivir a
mis hermanos, ¡sólo pido eso!
¡Tras los muros de separación de Melilla, Bashige
Michel, inmigrante!
12/10/2005