Juan Torres López
Rebelión
Nueve días continuados de violencia en la
periferia de París muestran la impotencia del Gobierno francés para
hacer frente al conflicto social y la profundidad de los factores que
la están generando.
Durante años se vienen acumulando en las
periferias urbanas millones de pobres y excluidos a los que no se le
está dando más espacio social que el de la miseria, la informalidad
o el crimen. Es natural que, antes o después, comencemos a notar sus
consecuencias.
Durante mucho tiempo se ha estado considerando que
la pobreza era, fundamentalmente, un fenómeno rural porque era en
esas zonas es donde efectivamente se concentraban en mayor medida los
parias del planeta. Pero la propia miseria ha actuado como un
impresionante mecanismo de propulsión que ha enviado a millones de
personas desde la actividad agraria cada vez más empobrecida hasta
las metrópolis.
El fenómeno se ha generalizado en todo el orbe, si
bien en algunos lugares ha alcanzado ribetes realmente espectaculares.
En Corea del Sur, por ejemplo, en sólo 20 años la población ha
pasado de ser el 80% rural al 80% urbana y más o menos así ha
ocurrido en otros muchos países. La coincidencia de esa gran
transformación con la aplicación de las políticas liberales que han
debilitado las estructuras de bienestar en todo el mundo, ha dado como
resultado la aparición de la nueva y masiva pobreza urbana. En las
ciudades de América Latina había 44,2 millones de pobres en 1970 y a
finales de siglo alrededor de 130 millones e incrementos de la misma
proporción se han dado en que casi todos los lugares del mundo.
El fenómeno se ha producido también en los
países ricos y entre ellos en los europeos de nuestro entorno. Aunque
quizá de una manera más soterrada y menos visible, también nuestras
barriadas periféricas se han ido convirtiendo en bolsas de pobreza y
marginalidad cada vez más desprotegidas.
Esta nueva pobreza es mucho más dañina que la que
tradicionalmente se asentaba en los espacios rurales por muchas
razones. La monetarización de las relaciones sociales excluye en
mayor medida a quien no dispone de recursos suficientes, la
vulnerabilidad es mucho mayor porque son más débiles los lazos de
interrelación social y la fragilidad de las estructuras en las que se
basa la nueva marginalidad urbana obliga a recurrir a actividades
informales como la droga que suelen estar vinculadas a altos niveles
de delincuencia y violencia colateral. Todo ello hace que la pobreza
urbana sea mucho más excluyente y empobrecedora, y tremendamente
difícil romper el infernal círculo vicioso en el que crece y se
reproduce.
Hace cuatro se tradujo al castellano un libro del
sociólogo francés Loic Wacquant cuyo expresivo título era `Parias
urbanos´. Marginalidad urbana a comienzos del milenio. Una obra que
estos días cobra una enorme actualidad.
En él se hace un análisis de los guetos
estadounidenses y de la marginalidad en los barrios franceses que no
deben haber leído quienes ahora se empeñan en hacer frente al
conflicto de la periferia parisina a base de mera fuerza policial.
Wacquant mostró que el gueto racial en Estados
Unidos había pasado a ser una especie de hipergueto como consecuencia
de cuatro transformaciones que han producido las políticas
neoliberales de nuestro tiempo: la degeneración de las relaciones
laborales y la precarización del trabajo, la segregación racial (que
más adelante ha afectado a los hispanos y a todo clase de inmigrantes
en muchas de nuestras ciudades), el debilitamiento del Estado de
Bienestar y la disminución de las políticas públicas de protección
social.
En su opinión, eso ha producido dos fenómenos de
los que ahora se nutre la exclusión, la marginalidad y la violencia
en muchos otros guetos. Por un lado la estigmatización de esos
territorios y, por otro, la búsqueda de salidas en la economía
informal y, especialmente en la droga. De ambos no puede nacer sino el
cóctel explosivo del que aún no hemos visto más que su muy
iniciales manifestaciones.
Wacquant descubre en su libro que en los barrios
marginales de Detroit han desaparecido hoy día los lazos de
socialización o solidaridad inter e intragrupal que existían hace
veinte años y que han sido sustituidos por "despacificación,
desdiferenciación e informalización".
Ahora, cuando ese submundo que han creado las
políticas de los últimos años se levanta, lo más fácil es
limitarse a decir que se trata "de esa gentuza" a la que
simplemente hay que pararle los pies. Se olvida, sin embargo, que esos
guetos, esos territorios sin ley, y la propia violencia que desde
allí se está irradiando, no han sido creados por los propios
excluidos. El gueto, los numerosos barrios o espacios marginales de
nuestras ciudades se definen como tales desde fuera porque, como bien
dice Wacquant, los de dentro han perdido incluso la capacidad de crear
identidades propias colectivas o individuales. Parafraseando a Marx,
podríamos decir que no es la naturaleza la que crea a unos seres
humanos sin nada más que su miseria y a otros con el privilegio de
tener todo a su alcance. Cuesta trabajo entenderlo pero han sido los
propios parisinos los que han creado a quienes ahora destrozan sus
calles, queman sus automóviles y amenazan la tranquila existencia que
a los de dentro de los guetos se les había negado. Y todos los demás
somos los que hemos creado la amenaza que más pronto que tarde se
lanzará igualmente contra nosotros.
De hecho, como algo menos agresivo pero quizá
mucho más significativo cabe interpretar la ocupación forzada de
viviendas que estos últimos días se ha producido en un pueblo
granadino. Un problema muy simbólicamente cerrado cuando el juez
dictaba que los ocupantes no habían podido mostrar título alguno que
mostrara su derecho a disfrutar de las viviendas. ¡Gran
descubrimiento!
Michel Foucault, el filósofo francés más bien
maldito y poco recordado, escribió acerca de cómo nuestras
sociedades gobiernan muy desigualmente los ilegalismos y ese es en
realidad lo que está ocurriendo. ¿Cómo no vincular los hechos
violentos que ahora contemplamos a las políticas que durante todos
estos años han estado dedicando suelo y recursos a la construcción
de viviendas e infraestructuras para privilegiados mientras los han
negado para proporcionarlas a los sectores menos favorecidos? Cuando
los marginados salen por la noche, cuando los que han sido excluidos
para beneficiar sólo a los privilegiados se hartan y se dedican a
destruir lo que odian porque se les ha negado a ellos, los causantes
últimos de todo eso no pueden eludir su responsabilidad. Enviando
unos cuantos miles de policías podrán apagar un fuego, pero no
evitará que renazcan las hogueras de violencia y odio que provocan la
exclusión y la injusticia.
Juan Torres López ( http://www.juantorreslopez.com
) es Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga
(España) y colaborador habitual de Rebelión