España: Beneficios por las nubes... ¿para qué?
Juan Torres López
Los beneficios de las
empresas han experimentado un crecimiento excepcional que no se
corresponde con el desarrollo económico y social del conjunto de la
población española. Las enormes ganancias de algunos contrastan con
la remuneración por asalariado, que se sitúa al mismo nivel real del
año 1997.
Tampoco se aprecia un
crecimiento notable del empleo y menos aún del empleo de calidad,
por lo que cabe preguntarse si resultaria positivo limitar los
beneficios empresariales desmedidos. El año 2005 ha sido
excepcionalmente bueno para las empresas. La mayoría de ellas no
habían conseguido nunca en su historia unos beneficios tan elevados
como los obtenidos el pasado ejercicio. Las cincuenta mayores
empresas europeas lograron un beneficio conjunto de 172.446 millones
de euros, lo que significa un crecimiento del 31% respecto al
beneficio obtenido en 2004, y a las españolas no les fue mucho peor.
El beneficio neto de
las compañías no financieras españolas aumentó el 26,2% en 2005 y el
de las grandes, que cotizan en Bolsa y que se incluyen en el
Ibex-35, fue de 37.510,3 millones de euros en 2005, otra cifra
récord que supone un crecimiento del 44,1 por ciento respecto a los
beneficios logrados en 2004. En conjunto, el sector eléctrico fue
especialmente afortunado, pues sus cuatro primeras compañías
(Endesa154%, Iberdrola 15,6%, Unión Fenosa 114,3 e Hidrocantábrico
31%) obtuvieron un beneficio neto conjunto de 5.552 millones de
euros en 2005 que supuso casi duplicar (+91%) el de 2004 (Europa
Press, 06–03–06).
Los bancos españoles
alcanzaron volúmenes impresionantes de beneficios. Según los datos
que proporciona la Asociación Española de Banca, todos los que
operan en España obtuvieron conjuntamente unos beneficios de 12.334
millones de euros el año pasado, lo que supone un incremento del
58,82 % respecto a los de 2004.
Las constructoras no
fueron a la zaga y también registraron máximos históricos en 2005:
los cinco mayores grupos de construcción cotizados –ACS, Acciona,
FCC, Ferrovial y SACYR– ganaron ese año 2.183 millones de euros, un
17,6% más que en 2004. P or supuesto, algunas empresas, además de
las señaladas, consiguieron tasas de crecimiento aún mayomayores.
Así, y por poner sólo unos pocos ejemplos, Antena 3 aumentó sus
beneficios un 100%, Iberia un 96,7%, Metrovacesa un 74,4%, el Grupo
Santander un 72,5%, Arcelor un 66,2%, Telefónica un 40%, el BBVA un
30,2% y Repsol un 29,2%.
Aunque estas tasas de crecimiento son altísimas, incluso palidecen
cuando se to
a en consideración la
cantidad total de beneficios que están obteniendo las empresas.
Valga como única referencia que seis compañías españolas –Santander,
Telefónica, Arcelor, BBVA, Endesa y Repsol YPF– ganaron más de 3.000
millones de euros cada una en 2005 y que dos de ellas –el Grupo
Santander y Telefónica– superaron los 4.000 millones. Lógicamente,
esos beneficios han permitido que se incrementen en proporciones más
o menos semejantes los dividendos que reciben los accionistas
españoles: como media, su ingreso por este concepto aumentó un 35%
respecto al recibido en 2004.
Se ha alcanzado, pues,
el objetivo (aumentar el beneficio empresarial) que los economistas
y políticos neoliberales decían que era la base para que aumentara
el empleo, la renta y el bienestar social y por el que obligaron a
sacrificar cualquier otro de mejora salarial o social.
Decían que primero
había que hacer la tarta para luego poder repartirla pero lo que
está ocurriendo, como no podía ser de otra forma, es que la tarta se
la apropian cada vez más privilegiadamente los mismos de siempre.
Contrastes
El gigantesco aumento
de los beneficios que acabo de comentar contrasta, sobre todo, con
la evolución de la remuneración por asalariado que, según el Banco
de España, sólo aumentó el 2,4% en 2005. Su contención real en los
últimos años ha provocado que mientras que los beneficios han
aumentado en la forma señalada, resulta que los salarios en España
se encuentran en estos momentos al nivel real de los de 1997.
Tampoco se puede decir
que los enormes beneficios que se obtienen estén llevando consigo un
incremento notable del empleo y, de ningún modo, del empleo de
calidad. El empleo creció en España el 4,9% en 2005 pero lo hizo
fundamentalmente en forma de empleos temporales (casi el 65% de los
nuevos contratos son temporales) y, como acabo de señalar, con
retribuciones a la baja que, seguramente, irán a más (el 48 por
ciento de las compañías españolas prevé reducciones salariales a
corto o medio plazo según el barómetro Eurofactor 2006).
Los beneficios tampoco
están tirando de la innovación y el desarrollo tecnológico, como
muestra, entre otras cosas, que el año pasado, con tasas record de
rentabilidad, rentabilidad, se haya producido la disminución de la
productividad más grande de los últimos años y, en consecuencia, que
la competitividad de la producción de las empresas españolas haya
vuelto a disminuir.
La paradoja que
encierran estos altos beneficios es que, en lugar de significar un
enriquecimiento global de la economía y de las rentas, manifiestan
solamente que los propietarios de las empresas gozan de rentas más
elevadas y que las propias compañías disponen de más recursos para
ampliar, normalmente en mercados exteriores, sus propias fuentes de
ingresos. Es natural que su mayor actividad y el beneficio
subsiguiente se traduzca en un ritmo de crecimiento del PIB muy
positivo. Pero a poco que se escarba en el proceso que está
generando y redistribuyendo esos beneficios es fácil observar que ni
la economía en su conjunto se está capitalizando, ni se están
distribuyendo rentas de forma que el crecimiento sea sostenible o
incluso tan rentable como ahora a medio plazo.
A este problema se
añade que las reformas fiscales que se han llevado a cabo en los
últimos años se han orientado a dulcificar el tratamiento de los
beneficios empresariales y los dividendos, de modo que ahora no sólo
nos encontramos con un sistema de generación de ingresos más
desigual (como consecuencia de la reducción salarial y de otras
rentas en origen) sino con un sistema de redistribución cada vez
menos dispuesto a corregir esa situación y que, por el contrario,
agudiza la mala distribución originaria de la renta.
Hay que tener en
cuenta, por ejemplo, que las últimas reformas fiscales, al desdoblar
las fuentes de ingresos para dar un tratamiento separado a los
ingresos del trabajo y los del capital, y al disminuir los tipos que
se aplican a estos últimos han provocado una inmensa e injusta
regresión fiscal.
Incluso aceptando algo
tan evidente como el hecho de que en la economía actual es preciso
que se garantice la rentabilidad del capital, la tendencia a la
exageración que domina la lógica actual del beneficio empresarial
debería llevar a plantear que también los beneficios tienen un
límite, que las empresas tienen responsabilidad social y que una
sociedad democrática también necesita un pacto colectivo acerca del
uso de los recursos que debe ser el fruto de un debate social
explícito, y no de una imposición unilateral.
No es justo ni
democrático dar por hecho que los ricos tienen derecho a ser cada
vez más ricos a costa de los trabajadores y que la política
económica del Estado tenga que estar prioritariamente al servicio de
ese objetivo
Juan Torres López es catedrático de Economía Aplicada
de la Universidad de Málaga (España)
Su página web:
www.juantorreslopez.com