A finals del mes de maig passat, Martín Seco
reflexionava sobre el tòpic de la crisi del sistema de pensions,
desenmascarant la trampa que hi ha darrere del discurs que,
regularment, ens amenaça en que el sistema de pensions actual és
insostenible.
Per què, es pregunta, les pensions han de finançar-se
només per les aportacions dels qui treballen i no dels
pressupostos de l'estat?.
De nuevo las pensiones. Juan Fco. Martín Seco
Parece ser que Gobierno y sindicatos están
negociando una vez más la reforma del sistema público de pensiones.
Con este tipo de reformas sucede como con las fiscales o las
laborales, que todas las realizadas desde hace por lo menos veinte
años han tenido un denominador común, el ser regresivas. El sistema
público de pensiones está sometido de forma permanente a una fuerte
ofensiva. Los altavoces del neoliberalismo económico no pierden
ocasión de cuestionarlo. No hay informe de organismo internacional
que se precie que no ponga en duda su viabilidad y que no recomiende
su reforma, es decir, su progresiva reducción.
Si tuviésemos memoria o al menos fuésemos capaces
de rebuscar en las hemerotecas, nos sorprenderían las previsiones
apocalípticas que en los años ochenta realizaban sesudos informes de
prestigiosos servicios de estudios acerca del seguro desplome que
acechaba al sistema público en el año 2000. Nada de ello se ha
cumplido, pero sus autores, lejos de avergonzarse por sus errores y
recluirse en el silencio, se mantienen en sus trece, sólo que
anunciando el cataclismo para el año 2020.
Es en ese ambiente de alarma generalizada en el
que surgió el pacto de Toledo. En teoría, para defender -según
decían- el sistema, pero paradójicamente constituye su mayor amenaza
ya que le dejan en una situación de precariedad, al hacer depender
su financiación no de la totalidad de ingresos del Estado sino
únicamente de las cotizaciones sociales. Bien es verdad que en el
Pacto no se empleaba la palabra “exclusivamente” sino
“principalmente”, pero lo cierto es que el axioma de la separación
de fuentes, que ha informado a lo largo de todos estos años su
aplicación, va diluyendo en el olvido la posibilidad de que las
pensiones se financien con impuestos condenándolas así a una mayor
inestabilidad.
Financiar las pensiones exclusivamente con
cotizaciones sociales es hacer depender su viabilidad del empleo y
de la participación de la población activa sobre la total. Éstos son
los parámetros preferidos por los detractores del sistema público,
con los que pueden hacer funcionar sus argumentos, y en los que
todas las hipótesis son posibles.
La situación cambia radicalmente desde el
instante en que renegamos de la separación de fuentes de
financiación y nos oponemos a la segregación entre Seguridad Social
y Estado. La unión de ambos supone negar la posibilidad de quiebra
de la Seguridad Social , o al menos que ésta sea imposible si antes
no se ha producido la del Estado , que exigiría, a su vez, la de la
economía nacional. La suerte de los pensionistas no tiene por qué
ser peor que la del resto de los españoles.
Hacer depender la financiación de las pensiones
de la totalidad de ingresos del Estado es trasladar el problema de
la financiación desde la renta de los activos, es decir de los
trabajadores, a la totalidad de las rentas incluyendo las de
capital. La viabilidad no se plantea ya en el plano demográfico o en
la proporción entre activos y pasivos, sino en términos de la
producción global sea cual sea el número de productores. Lo que
importa es la renta per cápita y ésta, tanto en el pasado como se
supone que en el futuro, va a seguir creciendo. No existe ninguna
razón, pues, para dudar de la sostenibilidad del sistema, incluso de
la posibilidad de su mejora. Lo garantiza no ese ridículo fondo de
reserva, sino el aval de todos los ingresos del Estado. En
definitiva, desde esta nueva óptica radicalmente contraria al Pacto
de Toledo, el problema, de existir, no es tanto de escasez de
recursos como de voluntad política de redistribuirlos mediante una
política fiscal adecuada.