Creo que a estas alturas del
relato nadie puede dudar del esfuerzo que
hicimos todos los de Eroski y yo en
particular, por asentarnos en la capital de
La Ribera. Creo que ha quedado
suficientemente aclarado el papel que jugó
cada cual en esta ingrata historia de tres
años que he tratado de relatar de la forma
más respetuosa posible con las personas, sin
dejar de ser fiel a la realidad de lo
sucedido. Nos sobran documentos para
precisar mucho más hechos y actitudes, pero
creo que no es necesario. Lo importante es
que la gente conozca su historia y que no se
deje embaucar por cuentos chinos. Alzira
perdió una gran oportunidad por la
prepotencia y mala gestión del gobierno
local y punto.
Yo no me llevé la inversión a
Carcaixent, pues no era ese el encargo que
tenía ni tampoco estaba facultado para
hacerlo. Simplemente nos echaron por
cansancio acumulado durante tres años.
Alguien consiguió durante esos años, y
alguno más, conservar su cuota de mercado y
no compartirla. También otros se lo
consintieron y facilitaron, no sé si por
interés o por estulticia, pero quien perdió
de verdad fue la ciudad de Alzira.
Si bien es cierto que no fui
el responsable del traslado de Eroski a
Carcaixent, no es menos cierto que mi
intervención fue decisiva para que la
dirección de la empresa se fijase en el
pueblo de al lado como solución. Era difícil
apreciar sus posibilidades por estar
entonces mal comunicado por carretera y muy
mal urbanizado por el norte. Era necesario
conocer a fondo el estado de su
planificación y haber imaginado su posible
expansión por ese frente, proyecto entre
otros, con el que acudimos y ganamos las
elecciones municipales del 91: La expansión
de Carcaixent hacia Alzira formando un gran
eje urbano, la suma de sinergias que ahora
el azar nos servía en bandeja de forma
contradictoria. Lo habíamos imaginado como
colaboración y ahora se presentaba en forma
de competencia.
Cuando se hubo firmado el
convenio, alguna prensa ávida de crear
héroes y villanos, deslumbró con los
consabidos tópicos del “fino olfato” o la
“profunda visión” de la alcaldesa vecina,
alabando su prodigiosa gestión. Nada más
lejos de la realidad. No hubo nada de eso;
ni visión rayos X, ni anticipación, ni
leches en vinagre. El consistorio de
Carcaixent y su alcaldesa comenzaron a
despertar incrédulos cuando les fuimos a
visitar por primera vez en el verano del
2001, tan incrédulos estaban que tuvo Dª
Lola que llamar al Pais Vasco para que le
confirmasen que lo que habían oído estaba
aprobado por Eroski a propuesta nuestra y no
era una jugada de farol de Yubero y mía.
¡Para eso estábamos después de tres años!
El mérito de Dª Lola fue
simplemente tener la constancia y la
sensatez, que no es poco, de ofrecer las
mayores facilidades a una fuerte inversión
venida del cielo, como el maná, a favor de
su pueblo. Mérito notable aunque al
principio hubiera dudado, como Santo Tomás,
hasta poner el dedo en la llaga: Si no lo
veo, no lo creo, como dijo el santo varón.
Si la alcaldesa dudaba de que fuera cierto,
la oposición no quería ni verlo ni creerlo.
Era demasiada suerte para un gobierno en
minoría tropezar con la lámpara de Aladino
en forma de centro comercial y además traído
por un anterior alcalde y adversario
político de muchos de ellos. Eso era el
colmo.
Llegar a la firma del
convenio con Carcaixent no fue un camino de
rosas precisamente. Una corporación muy
enfrentada y dividida nos lo ponía muy
difícil. Ningún otro partido o facción
deseaba que la alcaldesa se apuntase un solo
tanto en este asunto. Y aunque algunos
concejales habían puesto todo su empeño en
hacer fracasar el proyecto, cuando el
acuerdo resultó inevitable, todos los
jefecillos se aprestaron a tomar posiciones
ante la prensa para atribuirse
hipócritamente el éxito, pero se les notó
demasiado.
Todos los que conocieron
semejante espectáculo sintieron vergüenza
ajena. Con ello y algún detallito más, la
victoria del PP estaba asegurada en las
próximas elecciones por mayoría absoluta
tanto en Alzira como en Carcaixent.
¡Vivir para ver!
Pasqual Vernich |