Refundación del capitalismo
Juan Francisco Martín Seco
La Estrella Digital
A menudo descubrimos el Mediterráneo. Así les
está ocurriendo en estos momentos a los mandatarios
internacionales, cuando repiten la frase, acuñada, creo, por
Sarkozy, de que es necesario refundar el capitalismo. Esa
refundación se realizó mucho tiempo atrás, lo que pasa es que
nos habíamos olvidado de ella y nos habían arrastrado de nuevo a
los orígenes.
Siempre me ha sorprendido la caradura de
algunos neoliberales -y estos últimos años casi todo el mundo
actuaba como tal- que apuntan en su haber el fracaso del
comunismo y aseguran que el único sistema viable era el
capitalismo, entendido éste, claro está, con sus parámetros:
libertad absoluta de capital, mercados y dinero, olvidando o
queriendo olvidar que ese sistema, tal como lo conciben, había
muerto mucho antes, en la crisis de 1929.
En otros tiempos era habitual en los manuales
de economía distinguir tres sistemas económicos: el de
planificación centralizada, propio de los países socialistas, el
capitalista o de libertad absoluta de mercado y el de economía
mixta. El tercero es una mezcla de los dos anteriores, porque,
si bien en general acepta el mercado, niega su autorregulación,
con lo que asume la necesidad de una intervención fuerte y
decidida de los poderes públicos en la economía; si bien aprueba
la propiedad privada, admite la conveniencia de que el Estado
mantenga el dominio, el control e incluso la propiedad de
sectores estratégicos y con un fuerte impacto en el bienestar de
la sociedad o de sectores en los que la competencia sea
imposible. Jurídicamente se le ha llamado Estado social y así
figura en la carta magna de la mayoría de los países
occidentales.
Este último es el único que, hoy por hoy,
resulta viable y al único también que cabe atribuirle la
victoria sobre el comunismo. Sin embargo, con un gran
oportunismo, una vez que fracasó el socialismo real, los
partidarios del capitalismo a secas se adjudicaron el triunfo y
han pretendido, y en buena medida lo han conseguido, que las
llamadas economías mixtas retrocediesen hacia el modelo que
había fracasado ya con anterioridad. Los resultados están a la
vista, y si hoy no se produce una catástrofe económica como la
de 1929 será tan sólo porque los neoliberales no han conseguido
por completo sus propósitos y porque se van a abandonar todos
los dogmas que el pensamiento único había venido manteniendo.
No hay que refundar el capitalismo,
únicamente se necesita retornar a ese sistema intermedio que
nunca se debió abandonar. Me temo que la refundación del
capitalismo de la que hablan los mandatarios internacionales no
es más que una cortina de humo para ocultar y al mismo tiempo
justificar los miles de millones de euros que les va a costar a
los contribuyentes de todos los países este festival de libertad
económica en el que algunos se han refocilado. Constituye
simplemente un conjunto de parches que no van a solucionar los
problemas de fondo y que desde luego no impedirán que dentro de
unos cuantos años vuelva a producirse otra crisis como la
actual.
La declarada intención de la Administración
Bush de adoptar en el futuro medidas correctoras queda en
evidencia cuando, tras la pretensión de gastar 250.000 millones
de dólares de los contribuyentes en adquirir acciones de los
bancos, renuncian a que el Estado intervenga en la gestión,
manteniendo el principio de que toda intervención estatal es
mala excepto para insuflar dinero con el que tapar los agujeros
creados por los "buenos gestores". Lo más extraño de la cuestión
es que éste sea precisamente el planteamiento de los
gobernantes. Es como si dijesen: "No se fíen de nosotros que
somos sectarios y corruptos y además malos gestores e
incompetentes. Confíen en los banqueros y en los grandes
empresarios, que aunque hagan estas pifias de vez en cuando son
honestos y diligentes".
Pocas expresiones de mayor cinismo que la
manifestada por la presidenta de la Comunidad de Madrid en el
anuncio de la privatización del Canal de Isabel II, esgrimiendo
como razón la conveniencia de que los madrileños participasen en
la gestión del agua. Es decir, que ella no se considera
representante de los madrileños y piensa que están mejor
representados por las pocas personas y grupos económicos que
adquieran las acciones. Es la misma filosofía que subyacía en
los gobiernos de Aznar cuando, tras las privatizaciones,
manifestaban que habían devuelto las empresas a la sociedad.
¿Cómo confiar en nuestros sistemas democráticos y en los
gobernantes si son ellos mismos los que se descalifican?
Todo el programa propuesto por los
mandatarios internacionales para refundar el capitalismo se
reduce a limitar las retribuciones de los directivos y de los
administradores y potenciar el Fondo Monetario Internacional
(FMI). Lo primero está bien, pero resulta una ingenuidad pensar
que es suficiente para conseguir que el sistema funcione
adecuadamente y que la avaricia y el lucro privado no primen
sobre los intereses generales. En cuanto al FMI, no deja de ser
curioso que se ofrezca como solución colocar al zorro al cuidado
del gallinero. El FMI ha sido el máximo defensor de ese sistema
que nos ha conducido a la ruina. Su postura ha sido tan sectaria
que se ha quedado sin trabajo porque la mayoría de los países
emergentes han huido de él como de la peste, convencidos de que
sus consejos -que en el caso de haberles concedido préstamos
eran imposiciones-, lejos de ayudarles, les conducían al
desastre.
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