El catedràtic d'economia Juan Torres López ens
explica les raons i les responsabilitats de l'actual crisi financera
internacional.
Artículo enviado por Rafa Muñoz 10/09/2007
Diez ideas para entender la crisis financiera, sus causas, sus
responsables y sus posibles soluciones
Juan Torres López
www.altereconomia.org
Tengo la impresión de que la mayoría de los
ciudadanos se sienten confusos ante la crisis que se ha desatado en
las últimas semanas. A la vista del esfuerzo financiero desplegado
por los bancos centrales deben intuir que se trata de una crisis muy
seria. Y a tenor del efecto que tiene sobre sus bolsillos la subida
de los tipos de interés, pueden percibir que va a hacerles más daño
de lo que las autoridades quieren reconocer.
En cualquier caso, aunque todo el mundo habla de
la crisis, hay muy pocas ideas claras que permitan a los ciudadanos
corrientes y molientes saber a ciencia cierta lo que está pasando.
Habitualmente, los economistas ortodoxos y la
mayoría de los dirigentes políticos nos quieren hacer creer que las
medidas económicas que toman son siempre las más acertadas y que
responden a criterios “científicos” y “técnicos” indiscutibles que
no hay que poner en cuestión. Pero cuando las cosas no salen bien,
como ahora, cuando todos los datos se descuadran, cuando las
economías casi saltan por los aires , callan como si nada ocurriera.
Su silencio está dirigido a que nos creamos que
lo que sucede es algo normal, que no pasa nada de relieve y que todo
deber seguir, por tanto, exactamente igual que estaba. Evitan
plantearlo como un problema “político” (que es lo que en realidad
es) para los ciudadanos no nos pronunciemos sobre sus causas,
responsabiolidades y soluciones.
En mi opinión, la crisis de este verano es grave,
mucho más profunda de lo que están reconociendo las autoridades
económicas y, sobre todo, nada más que un anticipo de situaciones
peores que están por llegar. Tiendo a creer que lo que está
ocurriendo ahora es solo un aviso.
Conviene, pues, entender bien lo que ha ocurrido
y lo que puede ir sucediendo en los próximos meses. Y para tratar de
ayudar a entenderlo voy a apuntar algunas ideas explicativas básicas
de la forma más sencilla e intuitiva posible, sin perjuicio de
abundar más en ellas en otros trabajos posteriores más detallados.
Para facilitar su lectura omitiré datos y números
así como referencias bibliográficas que, en todo caso, aún no son
muy definitivos para saber con todo rigor lo que está sucediendo.
Las cuestiones que principalmente me parece que
hay que conocer pare entender la actual crisis son las siguientes.
1. Es una crisis hipotecaria.
El origen inmediato de la crisis radica en el
mercado hipotecario estadounidense.
Como es sabido, al calor de la enorme expansión
del sector inmobiliario se generó una masiva oferta de hipotecas, de
las cuales casi una quinta parte se concedieron a familias que
apenas si tenían las rentas justas para pagarlas cuando los tipos de
interés estaban muy bajos.
Cuanto se fueron produciendo subidas en los tipos
y las hipotecas se fueron encareciendo comenzaron a darse impagados.
Esto afecta inmediatamente a los bancos que había concedido estas
hipotecas pero dado lo que normalmente hacen con los títulos, la
crisis se extendió.
Lo que sucede es que los bancos que conceden
estas hipotecas venden, a su vez, los títulos hipotecarios en los
mercados financieros. Esta es la forma en que los bancos convierten
el endeudamiento familiar en un impresionante negocio porque no sólo
van a recibir el dinero que prestaron más los intereses sino que,
además, obtienen beneficios negociando los títulos de crédito.
El inconveniente es que, como ha pasado este
verano, cuando comienzan a producirse impagos porque suban los
intereses o porque disminuya la renta familiar, se genera un efecto
en cadena que es el que provoca que la crisis se extienda.
2. Pero la crisis no es solamente hipotecaria:
es una crisis financiera.
Cuando se firma una hipoteca se crea un título
financiero. Un “pasivo” u obligación para el que debe el dinero y un
“activo” o derecho para el que lo presta. que es el banco. Y lo que
puede y suele hacer el banco, como acabo de señalar, es comerciar
con ese activo. Por ejemplo, asegurarlo o venderlo.
La paradoja que lógicamente se produce entonces
es que cuanto más riesgo lleve consigo un título será menos seguro y
en principio menos atractivo, pero por eso se pagará más por él y
resultará más rentable.
Esa es la razón de que los títulos “basura”
(técnicamente llamados “sub prime”), es decir, los que tienen
bastante riesgo porque se han dado a familias con poca renta, sean
precisamente los más rentables y, en consecuencia, los más
apetitosos para los inversores que, en principio, busquen
preferentemente rentabilidad, que son aquellos más poderosos y que,
por tanto, pueden asumir más riesgo.
Los bancos norteamericanos colocaron en el
mercado millones de estos títulos que adquirieron bancos e
inversores de todos los países.
Es por esa causa que cuando se desata la crisis
hipotecaria se desencadena al mismo tiempo una crisis financiera,
puesto que el impago creciente inicial afecta enseguida a la
seguridad y rentabilidad de los grandes bancos y fondos de inversión
internacionales. Cuando se ven afectados, no sólo pierden dinero
sino que retiran sus fondos de los mercados hasta el punto de frenar
o incluso paralizar los flujos financieros internacionales, en mayor
o menor medida en función de la magnitud del “latigazo” original o
de su participación en el montante de los fondos afectados.
Se produce así una crisis de liquidez, no porque
“falten” medios de pago, sino porque se retiran y esto ocurre porque
hoy día la inmensa mayoría de los medios de pago son “ficticios”, es
decir, papeles financieros más o menos como los títulos hiptecarios
que comenté arriba que están vinculados principalmente a operaciones
financieras de carácter especulativo.
3. Y además es una crisis que afecta a la
economía real.
Aunque la crisis se desencadene inicialmente en
el ámbito hipotecario, bancario o financiero, enseguida tiene
efectos sobre la economía real (es decir, la que tiene que ver con
la producción efectiva de bienes y servicios y no con “papeles”
financieros).
El impacto sobre la economía real de esta última
crisis se produce por tres razones principales.
En primer lugar, porque la crisis hipotecaria
afecta lógicamente de modo muy directo al sector de la construcción
que, como es bien sabido, ha sido una de las bases principales,
cuando no la que más, de la expansión económica de los últimos años.
La inicial crisis hipotecaria producirá sin lugar
a dudas desempleo no sólo en la construcción sino en las actividades
que están relacionadas con el sector inmobiliario. Y eso permite
aventurar que, sin lugar a dudas, nos encontramos desde que la
crisis se empezara a manifestar incluso de manera latente, ante una
nueva fase de recesión económica.
En segundo lugar, porque cuando se desata la
crisis los bancos y los inversores reaccionan, como he dicho,
retirando fondos del mercado y generando falta de liquidez. Los
bancos ya no se prestan tan fácilmente entre ellos y, lógicamente,
también reducen su oferta de créditos a los consumidores y empresas
que necesitan recursos para gastar o invertir en actividades
productivas.
Por lo tanto, la disminución de la liquidez en
los circuitos financieros afecta a la financiación de la economía.
El gasto total se resiente y, a su socaire, el conjunto de la
actividad económica “real”.
En tercer lugar, y como corolario de lo anterior,
los bancos centrales se enfrentan a una dilema perverso: por un lado
lo que hacen (como han hecho) es poner a disposición de los bancos
cientos de miles de millones de dólares (con una generosidad de la
que carecen cuando los afectados por las crisis son los más
desfavorecidos del planeta). Pero, por otro, para favorecer la
movilización del capital, suben los tipos de interés.
Esto último lo hacen porque el tipo de interés
es, al fin y al cabo, la retribución que recibirán los propietarios
del dinero cuando lo ponen en disposición de otros. Y al subirlos,
lo que hacen los bancos centrales es a incentivar a los poseedores
de recursos financieros para que vuelvan a colocar en los mercados
los recursos que han retirado.
Pero la subida de los tipos de interés tiene un
doble efecto. Por un lado, favorecen la movilización del capital
gracias a su mayor rentabilidad. Pero, por otro, encarecen el casi
siempre imprescindible endeudamiento de las empresas y de las
familias. Lo primero enriquece a los propietarios del capital que
actúan preferentemente en la economía financiera y lo segundo
coadyuva de nuevo a que baje su inversión y su consumo, deteriorando
como he dicho el conjunto de la actividad económica.
4. Es una crisis global.
Los flujos financieros son prácticamente los
únicos que se puede decir que estén completamente globalizados hoy
día. Todas las operaciones financieras se realizan a escala
internacional y la inmensa mayoría de ellas pasando por los paraísos
fiscales que se encuentran estratégicamente situados en todos los
husos horarios del planeta con el fin de que no quede ni un segundo
del día sin posibilidad de ser utilizado para realizar las
transacciones.
Por eso, aunque la crisis se inicie en el mercado
hipotecario de un país, en este caso de Estados Unidos, es
completamente seguro que se extenderá por todo el globo terráqueo,
puesto que los mercados financieros son globales y los bancos e
inversores que adquirieron los títulos a partir de los cuales se
desencadena el latigazo inicial de la crisis están y operan en todas
las esquinas de la Tierra.
De hecho, lo más probable que esté ocurriendo es
que mucho de esos bancos ni siquiera sepan todavía a ciencia cierta
en qué grado están siendo afectados por la crisis. Las inversiones
que realizan en los mercados financieros son cruzadas, muy opacas,
de papel sobre papel y de estructura piramidal, de modo que el
tenedor final de un título no sabe bien a qué operación financiera
original responde lo que está comprando o tratando de vender en
operaciones que las nuevas tecnologías permiten realizar e modo
vertiginoso y anónimo.
Pero poco a poco se va a ir descubriendo que en
la crisis están implicadas muchas más entidades bancarias (por
ejemplo en España) de las que en un principio han reconocido
estarlo.
5. Y quizá sea algo más que una crisis
hipotecaria, financiera y global.
Lo que no sabemos aún de la presente crisis es
hasta qué punto todo lo anterior ha generado una crisis de solvencia
bancaria, algo que no hay que descartar ni mucho menos, al menos en
algunos países como España.
Los bancos (y en general los grandes poseedores
de recursos financieros) se han convertido en el eje torno al cual
gira la vida económica. Vienen obteniendo ingentes beneficios y han
realizado inversiones gigantescas alimentando la concentración
bancaria y empresarial y la especulación financiera. Bien directa o
indirectamente (gracias a su financiación) son los verdaderos
protagonistas de las burbujas especulativas inmobiliarias de los
últimos años, de las adquisiciones especulativas de empresas y de
los vaivenes de las bolsas.
Pero ahora, la cuestión estriba en saber si,
después de haber colocado sus reservas en tantas inversiones
especulativas, en estos momentos estarían en condiciones de soportar
una crisis de liquidez financiera, una drástica disminución de la
capacidad de endeudamiento de las familias y las empresas, impagos
más o menos generalizados, o una explosión de la burbuja
inmobiliaria que redujera el valor contable de sus activos. Es
decir, si ahora dispondrían de recursos suficientes para hacer
frente a las demandas de efectivo o para proporcionar los recursos
financieros que requiere la vida económica.
No es aventurado sospechar que esto puede estar
ocurriendo y que la ingente aportación de liquidez que han realizado
los bancos centrales haya tenido como fin tratar de paliar la
irresponsabilidad bancaria de los últimos años.
De hecho, es sorprendente la falta de
información, la opacidad y falta de transparencia con la que las
autoridades económicas manejan la crisis. Sólo están preocupadas por
quitarle importancia y porque no se publiciten sus peligros, que es
justamente lo que conviene hacer para pasar de puntillas cuando lo
que hay sobre la mesa es una crisis de solvencia bancaria.
Puede ser, por tanto, que lo que esté ocurriendo
sea algo más que una crisis producida por una mala gestión puntual
de cartera de los grandes inversores derivada de los problemas
hipotecarios de las familias que genera, a su vez, una crisis de
liquidez. Es decir, que nos encontremos con que, además de ello, se
estuviera dando una crisis que afectara a la propia estructura
patrimonial de los bancos, en cuyo caso la situación actual tendría,
lógicamente, consecuencias más graves y a largo plazo.
En ese caso, nos encontraríamos ante una crisis
gravísima que obligaría (para salvaguardar la rentabilidad y el
status quo bancarios) a establecer una especie de “corralito global”
o localizado según se diera, es decir, una inmovilización del dinero
depositado en los bancos para favorecer (como se hizo en Argentina)
la recuperación de la solvencia bancaria.
En mi modesta opinión, ésta última circunstancia
no es del todo imposible ni descartable hoy día. Hay indicios de
ello: las ampliaciones de capital de algunos bancos, la intensidad
con que tratan de atraer fondos (por cierto, con activos de alto
riesgo que podrían agravar en el medio plazo los problemas) y las
demandas de algunos dirigentes políticos más sensatos para realizar
algunos cambios en las reglas del juego que imponen los reguladores
(los bancos centrales, principalmente) y que actualmente consisten
en dar “barra libre” a los fondos de inversión más arriesgados y
volátiles detrás de los cuales están los propios bancos.
Como se sabe, el funcionamiento del negocio
bancario se basa en un principio muy simple: se recogen fondos
ahorrados, se “reserva” una parte de ellos para hacer frente a la
demanda de pagos y con el resto se hacen inversiones rentables.
Tradicionalmente, esas inversiones consistían en
prestar el dinero a los inversores reales, es decir, a las empresas
que crean bienes y servicios o a los consumidores. Pero en los
últimos decenios el negocio bancario ha cambiado y se dedica a
colocar el ahorro, principalmente, en operaciones financieras
especulativas.
Gracias al apoyo de los bancos centrales (que
salen enseguida en su apoyo cuando lo necesitan) y al grado general
de aceptación que tiene este estado de cosas, los bancos han podido
aumentar sus negocios manteniendo una porción de reservas cada vez
más pequeña, lo que lógicamente incrementa su rentabilidad, como
viene sucediendo, pero aumenta agigantadamente el riesgo y disminuye
su solvencia.
La consecuencia de todo ello es el extraordinario
aumento de la inestabilidad del sistema y del riesgo que se asume y
la pregunta que hoy día es inevitable hacerse es si en esa loca
carrera hacia el beneficio no habrán llegado los bancos al paroxismo
y al riesgo excesivo en los momentos actuales.
Este es un asunto que reconocen hasta los propios
economistas liberales más sensatos y coherentes cuando critican el
actual régimen del negocio bancario y proponen un sistema de
reservas bancarias al 100% para evitar lo que podría llevar a un
verdadero colapso económico.
Quizá sea demasiado atrevido afirmar que nos
encontremos en esta situación, aunque yo no me atrevería tampoco a
desestimarla.
En los próximos meses, o quien sabe si en pocas
semanas, podremos ir descubriendo lo que efectivamente está pasando
en el negocio bancario.
6. Es una crisis que tiene perjudicados.
Las autoridades económicas suelen hablar de estas
crisis como si fueran algo parecido a la avería de un mecanismo de
fontanería o de un automóvil, sin hacer referencia a los millones de
individuos que en realidad pagan con sus rentas, con su trabajo y
con su seguridad y bienestar la irracionalidad del sistema
financiero en que se soportan nuestras economías.
Como cualquier otra, esta crisis tiene unos
claros perjudicados.
En primer lugar, los millones de personas que en
Estados Unidos y en otros países han perdido o van a perder sus
viviendas y sus ahorros. O sus rentas, puesto que no se puede
olvidar que cada vez que los bancos centrales suben los tipos de
interés lo que directamente se produce es un trasvase de rentas
desde los bolsillo de las familias o empresas endeudadas al de los
banqueros. Así de fácil.
En segundo lugar, las economías más débiles (como
las de las periferias en África, Latinoamérica o las de los países
asiáticos más empobrecidos) puesto que cuando se desata la crisis
los capitales escasean y su falta se nota especialmente en los
territorios que están más necesitados de inversiones y recursos. Y
que son, además, los que hacen frente con más dificultad a intereses
más elevados.
En tercer lugar, la actividad económica real, las
empresas y empresarios dedicados a la producción efectiva de bienes
y servicios que conforman, a su vez, un anillo marginal respecto a
la inversión financiera. Lo cual es lo mismo que decir, que la
crisis se paga en términos de empleo, actividad económica y creación
de riqueza.
7. Pero la crisis tiene también unos claros
beneficiarios.
No todo el mundo pierde con la crisis. Al revés,
de ella saldrán fortalecidos los bancos y los grandes poseedores de
capital.
Por un lado, hay que tener en cuenta que los
bancos solo tienen en títulos arriesgados una parte pequeña de su
negocio, de modo que la subida en los tipos de interés repercutirá
favorablemente en su rentabilidad global.
Otro efecto de la crisis será que se concentrará
mucho más la propiedad de los recursos financieros y económicos.
De hecho, ya ha pasado así con los activos
inmobiliarios.
Los grandes promotores y constructoras y los
bancos han acumulado cientos de miles de viviendas y terrenos que en
gran parte han financiado gratis gracias a la burbuja que ellos
mismos han contribuido a crear. Se calcula, por ejemplo, que los
bancos han adquirido alrededor de la mitad del suelo urbanizable
puesto a la venta en España en los últimos quince años.
Ahora que la crisis hipotecaria se desata
volverán a acumular activos inmobiliarios puesto que serán los que
cuenten con información privilegiada para comprar barato a familias
en apuros o a los pequeños constructores con el agua al cuello. O,
simplemente, los que no tengan el más mínimo apuro a la hora de
ejecutar sus créditos frente a familias que no puedan pagarlos,
quedándose con sus viviendas. Y si el Estado (como incluso se ha
apuntado en Estados Unidos) da ayudas a las familias para que paguen
las hipotecas, lo único que se estará haciendo será garantizar que
los bancos sigan cobrando sus anualidades aunque con intereses más
elevados.
Además de todo ello, cuando se produce la crisis
financiera los poseedores de títulos que tienen menos cobertura (los
pequeños o medianos ahorradores, los fondos de inversión con menos
liquidez o los que hayan calculado peor el riesgo que debían o
podían asumir) tratarán de vender a toda prisa los títulos
“infectados”, que serán adquiridos por los grandes bancos y fondos
de inversión a precios de saldo, puesto que ellos pueden acumular
títulos con rentabilidad más baja gracias a su cartera mucho más
grande y a sus beneficios mucho más elevados.
Finalmente, el efecto de la crisis hipotecaria,
de la crisis financiera y de la crisis real se traduce, como es
lógico que así sea, en la rentabilidad empresarial y en las
cotizaciones en bolsa de sus acciones. Y también en este mercado se
producirán movimientos masivos de venta que serán aprovechados por
los grandes inversores para acumular propiedades empresariales,
concentrándose así el poder de los grandes bancos y grandes
corporaciones sobre el conjunto de la economía.
La existencia de perjuidcados y beneficiados de
estas crisis es lo que demuestra claramente que no son meras
cuestiones “técnicas” sino auténticos asuntos políticos: son las
autoridades políticas y económicas haciendo, no haciendo o dejando
hacer son las que hacen que unos u otros sea perjudicados o
beneficiados.
8. Es una es una crisis que quizá no sea
fácilmente pasajera.
Como es fácil deducir de lo que vengo diciendo,
una de las causas de la crisis actual (como de otras semejantes que
se han producido en los últimos decenios) es que la economía mundial
se ha volcado cada vez más hacia los intercambios financieros. En
lugar de servir de instrumento para los intercambios de bienes y
servicios, el dinero se ha convertido en un objeto del intercambio.
Lo que se compra y se vende privilegiadamente son medios de pago,
títulos financieros, papel por papel... Es lo que se ha llamado la
economía financiarizada que es intrínsecamente inestable y propensa
a las crisis (Un análisis más detallado en mi libro “Toma el dinero
y corre. La globalización neoliberal del dinero y las finanzas”.
Editorial Icaria, Barcelona 2006).
A este tipo de economía se la ha calificado como
“de casino” precisamente porque se basa en la especulación, porque
en ella predomina el riesgo desmedido y la incertidumbre (a cambio,
eso sí, de una extraordinaria rentabilidad) y eso lleva lógicamente
a que las crisis se produzcan con inusitada frecuencia.
La generalización de la especulación financiera
obliga a que los sujetos económicos estén continuamente caminando
sobre la cuerda floja, sin una base real efectiva, como de
puntillas. Pero, como dice un viejo refrán chino, ninguna persona
puede mantenerse de puntillas mucho tiempo.
Por eso se sabía que la crisis hipotecaria iba a
desencadenarse antes o después. Llegaría un momento en que las
familias con rentas más bajas pero con hipotecas abusivas iban a no
poder pagarlas. El nivel de endeudamiento que hoy día existe en la
economía estadounidense, en la española o en muchas otras es
sencilla y materialmente insostenible. Ha terminado saltando allí y
saltará en los demás países.
La razón de por qué se ha consentido una
situación abocada a la crisis es doble.
Por un lado, ya ha quedado dicho que la crisis no
sólo tiene paganos, sino grandes y privilegiados beneficiarios. Y
estos tienen el poder suficiente como para hacer que las cosas
transcurran a favor de sus intereses aunque sea a costa de crisis y
problemas económicos para los demás.
Por otro, resulta que es imposible evitar este
tipo de crisis en el contexto financiarizado y global del
capitalismo neoliberal de nuestros días. Cuando salta la chispa se
puede tratar de paliar, como han querido hacer los bancos centrales,
se pueden poner remedios pasajeros, pero es inevitable que la llama
se extienda por todas las economías y por todos los sectores de la
actividad económica.
Todo eso quiere decir que el caldo de cultivo de
la crisis actual no es una mera incidencia hipotecaria, que sería
más o menos fácil de atajar, sino el modo de funcionar de la
economía capitalista de nuestros días en su conjunto. Algo que es
mucho más difícil de controlar, sobre todo, cuando no hay intención
ninguna de hacerlo.
En consecuencia, si hubiera que apostar, yo más
bien lo haría por unos meses largos de inestabilidad profunda, de
sobresaltos y de pérdida de vigor económico. El sector inmobiliario,
en primer lugar, saltará próximamente por los aires en los países,
como España, en donde ha generado burbujas especulativas; y detrás
de él, quizá algunos ámbitos del sector bancario y financiero. Tras
de lo cual es inevitable que venga una nueva fase recesiva que puede
ser duradera si no se adoptan medidas de choque rápidas y
contundentes en forma, principalmente, de incremento del gasto.
Desgraciadamente, esto último no suele tener hoy
día otra lectura que no sea la militar como factor antirecesivo, lo
que me permite augurar que, si la crisis va a más, volverán a
hacerse fuertes los tambores de guerra.
Ojalá me equivoque.
9. Es una crisis avivada y consentida por los
bancos centrales.
Es de gran importancia y muy relevante destacar
que los bancos centrales han sido uno de los principales factores
responsables de la crisis hipotecaria y financiera que estamos
viviendo.
Podemos decir que los bancos centrales son
responsables de la crisis, al menos, por tres razones fundamentales.
En primer lugar porque a ellos corresponde la
labor de vigilar la situación del negocio bancario, la de advertir
del riesgo y prevenir sus consecuencias. Y tienen medios y poder
suficiente para llevarla a cabo ... si quisieran hacerlo.
Su vista gorda ante el verdaderamente aberrante e
irracional comportamiento del mercado hipotecario, su indiferencia
ante el sufrimiento económico que los bancos imponen a millones de
familias, su mano abierta para consentir que la banca actúe con
plena libertad para imponer condiciones draconianas en créditos y
préstamos, o su ceguera cómplice ante el deterioro de la solvencia
han favorecido la génesis de la crisis hipotecaria como primer e
inmediato detonante del problema económico y financiero que hoy día
se está viviendo.
Incluso algunos gobiernos o líderes mundiales
estaban advirtiendo desde hace meses del riesgo que se estaba
acumulando en los fondos de inversión especulativos, del peligro
global que eso llevaba consigo y de la necesidad de regularlos de
otra forma para tratar de darle más seguridad a la economía mundial.
Pero los bancos centrales, que son quienes disponen de la mejor
información sobre esa realidad y quienes sabían bien el problema
real que se estaba generando, han venido callando y consintiendo que
durante todo este tiempo se acumule la volatilidad y un peligro
cierto de recesión mundial provocado por la llamarada originada en
los flujos financieros.
En segundo lugar, porque los bancos centrales son
los garantes del régimen de hipertrofia financiera y de privilegio
de los flujos financieros sobre la economía real hoy día existente.
Estas instituciones y la política que llevan a cabo constituyen el
sostén principal de la especulación financiera y del privilegio que
éstas actuaciones tienen en comparación con la actividad económica
real orientada a la creación de riqueza.
Es obvio que la política monetaria es un
instrumento esencial de la política económica general para conducir
la actividad económica. Pero, en manos de los bancos centrales, se
limita a aplicarse para controlar los precios (algo que beneficia
sobre todo a los ricos y al capital, porque gracias a ello se
garantizan salarios reducidos y retribución más alta al capital
financiero), olvidándose de cualquier otro objetivo, como el
crecimiento de la actividad o el empleo. Y ya he señalado que esa
financiarización es el verdadero caldo de cultivo de estas crisis.
Finalmente, porque los bancos centrales no sólo
se limitan a actuar de esta forma sino que, para colmo, atan de pies
y manos a los gobiernos, que no tienen capacidad de maniobra para
adoptar medidas que pudieran llevar a las economías por otros
senderos.
Los bancos centrales, esclavos de una ortodoxia
sin base científica alguna (puesto que ni uno solo de los postulados
en los que se basa la política monetaria y económica que defienden
ha quedado demostrado como más conveniente o adecuado que cualquier
otro) ni comen ni dejan comer en la economía de nuestros días: como
la crisis de estas últimas semanas está demostrando, vienen a ser
unos meros instrumentos al servicio del mantenimiento del status quo
bancario y del poder monetario y financiero global.
Su papel perverso es ya tan estrepitosamente
claro que incluso algunos gobernantes de derechas más lúcidos, como
Sarkozy, empiezan a denunciarlo. Y es que es muy difícil que un
pirómano pase desapercibido cuando quiere actuar como apagafuegos.
10. Y es una crisis de las que podrían
evitarse con otras políticas y con otros objetivos sociales.
Para terminar, hay que preguntarse si crisis como
las que estamos viviendo son inevitables o si, por el contrario, hay
medios para evitarlas.
En mi opinión, será muy difícil que dejen de
existir en el contexto del capitalismo financiarizado de nuestros
días. Como he dicho antes, son consustanciales a la lógica
compulsiva del beneficio y a la hipertrofia de unos flujos
financieros y actividades especulativas que son intrínsecamente
inestables y volátiles.
Pero eso no quiere decir que no tengan remedio.
Hay fórmulas e instrumentos suficientes para que la sociedad no
tenga que soportar sus tremendos costes y para que las economías no
se vean sometidas a la quiebra constante, al despilfarro, a la
ineficiencia y al bloqueo permanentes.
En el marco breve de estas líneas no puedo
desarrollar extensamente un planteamiento alternativo, del que hoy
día ya empezamos a disponer en la literatura económica no
neoliberal. Me limitaré a presentar, casi a manera de ejemplo y sin
pretensión alguna de ser exhaustivo, los que considero más
importantes y significativos.
- Para evitar las crisis hipotecarias es preciso
evitar que la vivienda se convierta en un activo creado para generar
beneficio a través de la acumulación y la especulación. Y, por
supuesto, que sus instrumentos de financiación se transformen en la
fuente que nutre la actividad de los mercados financieros
secundarios intrínsecamente inestables y generadores de crisis. Los
gobiernos tienen medios para asegurar que las viviendas sean lo que
deben ser, soluciones al problema social de la habitabilidad, y no
activos para canalizar el ahorro de los ricos y para labrar
ganancias especulativas.
Para ello pueden establecerse reservas de suelo,
controles de precios y políticas impositivas que desincentiven la
especulación con bienes sociales básicos. Puede y debe romperse la
vinculación entre el mercado de la vivienda y los flujos financieros
garantizando fuentes estables y asequibles de financiación no
vinculadas a los mercados secundarios que, como hemos visto, son la
fuente de las crisis financieras.
- Para evitar las crisis financieras ni siquiera
sería necesaria, aunque fuese deseable, una auténtica regulación
financiera internacional que hiciera saltar por los aires los
mecanismos que transmiten la especulación y la volatilidad a todas
las actividades económicas. Quizá baste con incorporar, como dijera
hace años James Tobin, algo de arena en las ruedas de las finanzas
internaciones para desincentivar ese tipo de lógica financiera. Una
arena que deberían tener la forma de impuestos y tasas
internacionales, erradicación de los paraísos fiscales,
transparencia y control y, sobre todo, de la creación de fuentes de
crédito públicas que garanticen el funcionamiento de la actividad
económica con independencia de los desequilibrios y la volatilidad
de los mercados.
- Para evitar las crisis de solvencia bancaria y
para limitar el irracional y excesivo poder bancario que provoca
crisis y desequilibrios constantes es preciso establecer un sistema
basado en la plena cobertura de las reservas bancarias.
- Para evitar que crisis localizadas se
conviertan peligrosamente en crisis globales es preciso, sobre todo,
acabar con el régimen de plena libertad de movimientos de capital.
un régimen que solo es necesario y está justificado para garantizar
mayores beneficios a los propietarios de capital, puesto que no hay
razón científica alguna que permita asegurar que de esa forma se
logran mejores resultados en la producción de bienes y servicios y
en la actividad económica en general.
- Para evitar los efectos de las crisis
financieras sobre la economía real lo necesario es, lógicamente,
evitarlas aplicando los mecanismos que vengo señalando y, sobre
todo, controlar la hipertrofia de los flujos financieros, y
garantizar fuentes de financiación en la vida económica que no estén
al albur de la lógica del beneficio sino en función de las demandas
sociales.
- Para evitar que estas crisis aumenten las
desigualdades produciendo millones de afectados y muy pocos
beneficiarios es preciso restablecer el valor social de los
impuestos, crear un auténtico sistema fiscal internacional y
mecanismos internacionales de redistribución de la renta.
- Para evitar que lo bancos centrales sigan
estando al servicio exclusivo de los más poderosos y esclavos de una
retórica económica equivocada que coadyuva a la aparición de
recesión y crisis económicas, es preciso modificar su naturaleza,
someterlos al control público y de las instituciones representativas
y garantizar que la política monetaria se comprometa efectivamente
con objetivos económicos como el pleno empleo, la equidad y el
bienestar social efectivo.
Naturalmente, todo ello, que es plenamente
posible, no puede llevarse a la práctica si los ciudadanos no son
capaces de negar el estado de cosas actual, de imponer su voluntad
sobre la de los mercados en donde gobiernan los poderosos y para
ello es preciso no solo que sean conscientes de la naturaleza real
de estos problemas económicos sino que tengan el poder suficientes
para convertir sus intereses en voluntades sociales y éstas en
decisiones políticas. Es decir, que las mayorías ciudadanas pueden
hacer justo lo que desde tiempos inmemoriales vienen haciendo
solamente los más ricos y poderosos.
Juan Torres López es catedrático de Economía
Aplicada de la Universidad de Málaga (España).
Su web personal:
www.juantorreslopez.com
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